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Adios a Nariño: Pasto - La Cocha.

  • Alfredo y Camila
  • 5 feb 2019
  • 4 Min. de lectura

Pasto es llamativamente singular. Diversas manifestaciones de su idiosincrasia emergen durante la temporada de fin de año. Su emblema por antonomasia es El Carnaval de Negros y Blancos, originario de esta ciudad (data del siglo XVI) y ahora adoptado por diferentes municipios de Nariño y Putumayo, como bien pudimos comprobar en cada caserío que pasamos: o bien retenes improvisados para el fuego cruzado, dotados con grandes municiones de agua, o bien peajes de niños disfrazados, ambicionando una contribución voluntaria a cambio de su travesura.


Durante los primeros 1.100 kms anduvimos distraídos y la idea de cruzar el Trampolín de la Muerte se mantuvo abstracta, escondida en la trastienda del pensamiento. Ocasionalmente afloraba, al principio como un concepto lejano (en Pasto ya no tanto), anestesiado con la probabilidad de arrepentirnos, y por ende vernos obligados a retornar por el mismo camino que arribamos. Pero el espíritu motero ejercía el debido contrapeso motivándonos a mantener las opciones abiertas, pues no es de aventureros desandar por el mismo camino. Fue en Pasto donde empezamos a examinar la decisión, para que fuera una calificada y responsable. Algunos nos incentivaron: "es la única oportunidad para presenciar como Los Andes se transforma en Selva Amazónica", noción muy atractiva sin duda. Otros nos intimidaron: "esa zona pertenece a los del Guacho", ó "esa es la carretera más peligrosa del mundo... abismos infinitos, el invierno es permanente y en consecuencia los derrumbes también, nadie los va a encontrar por allá". La Policía Nacional y el ejército hicieron lo suyo: garantizaron seguridad plena. Las opiniones más sabias provinieron de quienes a diario transitan la ruta (Transipiales) y de amigos Pastusos que también la conocían, pero para nuestro pesar, ambos puntos de vista antagónicos también. Decidíamos a favor (o en contra), tan solo para cambiar de opinión al poco rato ante una nueva indicación. Finalmente, y por las dudas (y tras observar varios videos tenebrosos en YouTube), ciertamente afligidos, optamos por la decisión responsable.


Las costumbres evolucionan. Al ritmo de una renovada conciencia ambiental, al menos en Pasto, el lanzar agua sufrió su metamorfosis y hoy se ha convertido en una colorida mariposa que se posa efímera en forma de arte urbano en las calles "peatonalizadas" del centro. Diversos son los estilos, pero una sola, y muy impresionante, es la calidad de los artistas. Da la sensación que en las escuelas esta fuera una asignatura obligada que produce de manera fértil virtuosos de la tiza.


Otras actividades coparon nuestra agenda: el desfile de carros antiguos (entre otros varios que no vimos), la deliciosa sopa frita (caldo de pollo con masas), el pesebre más grande del mundo (o uno de los tantos que nos ofrecieron visitar, pues tal parece que hay varios pesebres más grandes del mundo en nuestra patria), las omnipresentes iglesias, probar café de Nariño, en fin, largas caminatas, diurnas y nocturnas, en una ciudad de clima frío, muy hospitalaria, tranquila y de gente verdaderamente amable.


El año nuevo nos recibió en casa de amigos (aprovechamos para agradecer a Edgar y su familia), anfitriones inmejorables, generosos y queridos. A punta de whisky inagotable y de aguardiente muy anisado, aprendimos la otra historia, una menos republicana, la de libros censurados que hablan de una región muy conservadora, afín a la Corona Española, muy distante de la intención Bolivariana. Cerramos la velada quemando el año viejo, a la antigua usanza, con periódico, aceite de cocina y pólvora, como pieza de un ruidoso ensamble con otros miles de años viejos más. Quemamos las malas energías, los fracasos, las angustias y también la fantasía de recorrer en moto el camino hacia Mocoa.


2019 nos recibió en la glacial Laguna de La Cocha, a 2.680 mts sobre el nivel del mar, en el muy Suizo Hotel Guamuez (alusivo al nombre original de ese enorme cuerpo hídrico - Lago Guamuez). Dos días bastaron para renovar energías, ya fuera comiendo trucha arcoíris con hervidos (aguardiente caliente, en este caso con mora castilla), navegando por el gélido espejo de agua, haciendo senderismo (añorando avistar algún ave) en la Isla de La Corota, deambulando por el pintoresco puerto (una extraña mezcla de Titicaca y Venecia) o simplemente relajados al calor (y olor) de la chimenea. Fue en medio de tanta serenidad, en nuestra última cena (designio divino?), que ocurrió el evento más fortuito. Nos topamos con Lopera - el hermanito (porque el "verdadero" Lopera era el compañero de colegio)... venía desde Mocoa! Así, de repente, y en lo inesperado, encontramos el valor, que como el eslabón perdido, nos había sido esquivo, y cambiamos impulsivamente y por una última vez nuestra decisión de enfrentar nuestro destino. Ya no habría marcha atrás! Decidimos alivianar el peso, llenamos una maleta de ropa sucia y otras cosas ya innecesarias, la despachamos para Bogotá en lo que resultó ser un eficiente, económico y seguro servicio puerta a puerta, y nos despedimos de Nariño por la puerta grande... esa que nos conduciría a la selva. A veces es la osadía la que nos rinde los mejores beneficios, pero para eso debemos pagar el precio: atravesar el umbral de nuestros propios miedos. Finalmente nos encaminábamos hacia los 138 kms que nos conducirían al Putumayo. Pero claro, como se imaginarán, esa es otra historia...




 
 
 

2 Comments


BelSol
Mar 06, 2019

Que aventura ! Nunca mejor dicho. Todo ideal .... bueno .... menos el paso por la neblina, que susto :( me apunto a la próxima :)

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Alfredo Solarte Lindo
Mar 03, 2019

Feflicitaciones.... otra buena manera de dar a conocer la bella geografía colombiana...!!

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Recorrer el mundo o tu vereda es todo un suceso 

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© 2019 creado por Alfredo y Camila 

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