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Myanmar (ó Birmania)

Actualizado: 25 mar 2020

Un sorprendente viaje hacia el interior de un budismo purista


Antes de partir hacia el Sudeste Asiático no sabíamos realmente que esperar... teníamos muchas expectativas nacidas del deseo de ampliar nuestra visión del mundo, pero pocas verdaderamente fundadas en un entendimiento culto de la realidad. Probablemente nuestras ideas eran concepciones subconscientes derivadas de imágenes adquiridas en documentales esporádicos. Claramente, esas ideas distaban mucho de la realidad que íbamos a conocer.

Entre otras cosas, no entendíamos la razón por la cual muchedumbres de turistas recorrían miles de kilómetros para visitar iglesias en el viejo (y en el nuevo) continente. Claro está que la religión ha moldeado desde siempre nuestra manera de concebir el mundo (y también el más allá). Solo que si uno se acostumbra a su entorno, este va perdiendo su verdadero valor hasta que deja de apreciarse. Pero cuando el lugar visitado es tan distante en sus creencias y sus costumbres, los símbolos religiosos adquieren una dimensión sorprendentemente llamativa, tanto por su estética, como por su simbología y su impacto en la cotidianidad.

Bien, empecemos con algo de contexto... El eje social, cultural y económico de este país es el budismo, en su expresión más tradicional, cosa que esperamos ustedes dimensionen después de esta lectura. No sabríamos afirmar si esto es a pesar o en consecuencia de su historia reciente. Myanmar es una democracia en pañales (2015), hija de un régimen militar (1962) comunista que ha cedido el poder a regañadientes a la electa presidente, y Premio Nobel de Paz, Daw Aung San Suu Kyi (antes enemiga y prisionera). Myanmar es nieta del colonialismo inglés que cedió sus intereses en el país en 1948 y heredera de siglos de una tradición de imperios y culturas que gobernaron la región. Entrelazada con las convulsiones políticas se encuentra una sociedad multiétnica, cuyas muchas minorías raciales, con un degradé de rasgos, desde indios hasta chinos, y religiones (musulmanes, hindúes...) también han jugado un rol, incluidos movimientos violentos reivindicativos de independencia y/ó reconocimiento.

Pero, gracias a la naciente democracia, es que extranjeros como nosotros hemos podido apreciar tantas maravillas antes ocultas. Entre ellas, y como sugerimos antes, conocimos el matiz evidente de una tradición budista milenaria que prevaleció sobre la iglesia Anglicana inglesa, sobre el ateísmo comunista y sobre las múltiples expresiones religiosas y culturales presentes en ese territorio, tal como se puede admirar en la siguiente colección de fotos:

Debimos despojarnos de filtros y calificativos de lo que está bien y lo que no. Las cosas son lo que son y así nos demuestran su valor. La Shwedagon Paya es la gran conexión mística con Buda, localizada en la capital Yangón. Podríamos equipararla con la Ciudad papal del Vaticano para los católicos o la Meca musulmana en virtud de su "monumentalidad" y por acoger en masa a budistas y curiosos de todas partes. Alrededor de esta gran pagoda (un santuario dorado gigantesco en forma de campana construido sobre un monte) se erigen centenares de templos, oratorios, imágenes (Buda es omnipresente) y gongs.

La pobreza es relativa si se vive en Myanmar... Visitar Shwedagon es un viaje hacia el despojo de lo material, que comienza con la renuncia a caminar con zapatos. La majestuosidad del lugar contrasta con la irrelevancia de las cosas. La única opulencia que se percibe es la que la sociedad entrega voluntariamente a su monumento más preciado. La reverencia a Buda es absoluta y nada más importa. Y es este el reflejo de una sociedad sonriente, acogedora y mística. Mingalaba y yesuba (hola y gracias), son las palabras más frecuentes, siempre acompañadas de un gesto de oración y cabeza gacha, una especie de respeto reverencial y sumiso a nuestro entender, derivado, especulamos, de décadas de sometimiento autoritario.

La pobreza, como decíamos es un asunto de perspectiva. Que mejor ejemplo que el mercado local de Taunggy, un atractivo turístico esencial, que evoca la plaza de Paloquemao en Bogotá, pero hace 30 años, donde las condiciones sanitarias esenciales no existen, al punto que la recomendación oficial es abstenerse de probar alimentos. No obstante, ellos son felices y orgullosos... el problema es nuestro. Allí abundan los colores, olores y sabores, tanto como la multietnicidad, y el común denominador es la amabilidad.

El tren colonial "todavía funciona", nunca se sabe a que hora, pero llega. Y sus pasajeros son un fiel reflejo de esa amalgama que es Myanmar, un mercado en movimiento, lento, bullicioso, sucio y sonriente, donde se transan alimentos, baratijas y objetos religiosos mientras se arriba a la siguiente estación.


Solo nos queda mencionar, que entre varias de las expectativas que llevábamos y fueron puestas en su lugar, el budismo, como es apenas obvio, es tan solo otra creencia que oscila entre extremos. De los países visitados, Myanmar representa la sociedad budista más conservadora, y desde nuestra óptica, tal vez la versión más supersticiosa de esa religión. La posición de Buda (sentado, reclinado, meditando); la forma y sentido de sus pies, manos y dedos; su edad, genero ó raza (Indio ó Chino); su estado de salud (gordo o famélico); los animales que lo acompañan (elefante, dragón, serpiente, ratón...)... el día en que el devoto ha nacido, todo tiene un significado, una interpretación... es un esquema entreverado, infinitamente mas complejo que el nuestro para discernir. Si se nos permite un símil con la religión católica, ese hermoso país es la señora vestida de negro, que camándula en mano y rosario en el corazón, atiende misa diaria durante varias horas. No encontramos en nuestro recorrido otro país más devoto a las enseñanzas del iluminado original: Siddharta Gautama.


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