De Anaime (Tolima) a Popayán (Cauca)
- Alfredo y Camila
- 21 ene 2019
- 2 Min. de lectura
Iniciamos esta etapa con mucha expectativa. Corre sangre payanesa por las venas de ambos... y si, es verdad, ya mucha agua ha corrido bajo el puente desde la última vez que cada uno de nosotros había visitado la Ciudad Blanca. Además de recuerdos lejanos, solo teníamos el referente de comentarios sueltos hechos por algún familiar.
Paso obligado: el Alto de La Línea, desde todo punto de vista... la interminable Línea! Esa promesa que incumplirá este gobierno, que incumplieron todos los presidentes que recuerdo, una costumbre que seguro continuarán legando quienes gobiernen después. Solo nos resta agradecerle a todos ellos su negligencia, que nos permite seguir marcando con descargas de adrenalina el asfalto entre Tolima y Quindío.
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Tras coronar la Cordillera Central, subir y bajar nuevamente, atravesando casi todos los pisos térmicos, cruzamos parte de la extensa belleza del Eje Cafetero, pintada de cafetales, platanales y frutales. Una sinuosa diversidad agrícola que va creando una estética rica en colores, y que poco a poco se va transformando en autopista eterna, acompañada tan solo por cañaduzales con sus enormes trenes cañeros. Una monótona e infinita "naturaleza muerta", no menos cautivante.
Y todo para que? Para volver a empezar, para escalar ahora la Cordillera Occidental, esa que nos condujo a Popayán, donde los Guayacanes presumieron su frondosa belleza amarilla a nuestro arribo.

La entrada fue prometedora! Salpicón de Baudilia, champús, carantantas, empanadas y tamales de pipián, estas últimas 2 con el infaltable ají de maní, todo esto en la tradicional Mora Castilla. Y para cerrar los famosos aplanchados de Doña Chepa. Manjares y manjares, no supimos como priorizar.

Pero todo día tiene su noche. Fuimos descubriendo una ciudad infinitamente bella, descuidada como la más. El ícono de la desidia podría ser el Morro de Tulcán, un mirador absolutamente espectacular al servicio del vandalismo y del olvido:
Una ciudad de espaldas a su historia, a su arte y a su arquitectura. Para la muestra un botón: el hermoso Puente del Humilladero, desbordante de historias por contar, colindando a la vez con casas presidenciales hechas Museo, y simultáneamente con un río de basura y de indigencia, de adoquines que ya no están, convertido en un orinal público ocasional. Y tal vez el mayor desconsuelo, una advertencia de seguridad de nuestros anfitriones del bellísimo Hotel Monasterio: no circular después de las 7 PM más allá de unas cuadras a la redonda. A pesar de lo anterior, la belleza de la ciudad de nuestros ancestros volverá a surgir, algún día cercano, ojalá, gracias a la resiliencia que reposa paciente en la cal de las paredes blancas de semejante joya nacional. Relatos que esperan ser contados con lujo de detalle. Que cada monumento, cada calle, cada iglesia... que cada pared y cada esquina, puedan brindar una referencia histórica que hoy permanece oculta.

Que belleza de relato! Viaje con ustedes desde mi escritorio <3
De acuerdo Carlos... espero verlo en la ruta pronto. Saludos.
Invasiones! (Sorry)
Dr Alfredo, muy bueno su relato, y desafortunadamente también muy cierto. soy "paya" que viene de Payanés!, nací y crecí en esa hermosa ciudad pero las malas administraciones, las invaciones de personas sin cultura ciudadana la han dañado mucho.
Espero que mi cudad surja de nuevo como la joya que conoci en mi infancia. Sigan rodando!!! Es maravilloso.Un abrazo. Carlos Velasco