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De Popayán (Cauca) a Pasto (Nariño)

  • Alfredo y Camila
  • 29 ene 2019
  • 2 Min. de lectura

Dejamos atrás las raíces ancestrales y tomamos rumbo al sur. Esta ruta nunca antes visitada nos mostró una diversidad distinta. Del Cauca de café y plátano bajamos al del Valle del Río Patía, río esquivo, pues únicamente nos dejó ver a algunos de sus afluentes: el Turbio, el Juanambú y el Pasto, aunque si el pueblo de su mismo nombre, antes El Bordo y luego uno que otro caserío. El paisaje se tornó vacuno. Rumiantes a sus anchas en praderas extensas, casi sofocados por el calor, algo menos infernal que el que nos habían augurado. Probablemente tuvimos suerte. Un tramo más adelante la temperatura surtió efecto, el verde se volvió café y luego amarilloso. Soldados apostados al lado de la vía, cuidando esta mediocre sección del corredor vial, lejos de cualquier asentamiento humano, acompañados tan solo por el paisaje árido y sus incipientes conatos de incendio. Una escena que trajo a la memoria una edad lejana, donde el soldado era yo, uno más de la Compañía Bolivar, que con hoja de plátano, unos, y con pala y dispersando tierra, otros, apagábamos los fuegos de verano en Tolemaida. De eso hace ya unos cuantos años.






Sin darnos cuenta entramos en Nariño. Pero por fuerza de los hechos, súbitamente nos hicimos conscientes de ello! Un globo de agua que nos embistió desde otro contexto, desde otra cultura, reventó sobre nuestros cascos. Cuando estremeció nuestras cabezas no sabíamos que había ocurrido. Los prejuicios obraron como filtro y mecanismo de defensa: ante el temor de volvernos presa de la delincuencia aceleramos (algo menos que nuestros latidos) decididos a no parar por ningún motivo. Lentamente nos fuimos recuperando del impacto. El temor que había causado en nosotros este momento imprevisto nos desconcertó. Nos tomó un par de retenes, ensamblados por jóvenes y niños, quienes arrojando agua a todos los transeúntes, celebraban el 28 de diciembre. Nos sentimos ignorantes de nuestras costumbres y con el sentimiento de culpa de haber desconfiado, presa de nuestros propios miedos infundados.


Pero el premio gordo apareció... Las montañas emergieron y de repente empezaron a crecer, y así con ellas nosotros a escalar. El calor se volvió templado y pronto el frío nos envolvió, así como también lo hicieron los pliegues de las faldas montañosas y las cumbres, las cuales se apoderaron del paisaje. En silencio disfrutamos de la generosa belleza de la cordillera y sin saberlo, de repente, ingresamos a Pasto.


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© 2019 creado por Alfredo y Camila 

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